1. Escucha activa: comprender antes de reaccionar
Comunicar bien no solo se trata de expresarse con claridad, sino también de saber escuchar con atención. La escucha activa consiste en concentrarse en lo que el otro dice, sin interrupciones ni prejuicios, mostrando interés y empatía. Esta práctica fortalece las relaciones interpersonales, ya que
permite que la otra persona se sienta escuchada y valorada.
Un ejemplo claro es cuando un líder escucha con atención las sugerencias de su equipo, lo que favorece un ambiente de trabajo colaborativo y respetuoso. Escuchar activamente implica estar presente y demostrarlo tanto verbal como no verbalmente.
2. El lenguaje corporal: el mensaje silencioso
La forma en que usamos nuestro cuerpo al comunicarnos influye significativamente en cómo se interpreta lo que decimos. La postura, los gestos, la mirada y el tono de voz complementan nuestras palabras y pueden reforzar o contradecir el mensaje.
Si el lenguaje no verbal no coincide con lo que se dice, puede generar desconfianza o malentendidos. Por ello, es fundamental que exista coherencia entre lo que se expresa verbalmente y lo que se transmite a través del cuerpo, para lograr una comunicación asertiva, clara y respetuosa.
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